A principios de los años sesenta del siglo pasado, el gobierno español encaró un ambicioso plan de inversiones que pretendía no sólo la modernización de la red sino también una profunda mejora en la productividad de sus medios de explotación, tanto humanos como técnicos que le permitiesen salir del profundo déficit que iba acumulando año tras año y que no tenía visos de contenerse. Ya en los años anteriores se habían sucedido de este tipo de planes plurianuales que abarcaban tantos aspectos que pecaban de la imposibilidad práctica de su realización y que llegaban al final del periodo del plan incompletos por una deficiente planificación cuando no por una evidente falta de medios de financiación para asumir las importantísimas cuantías económicas necesarias para su consecución.